HISTORIA DEL EDIFICIO




Ex Templo de Santa Teresa la Antigua / Ex Teresa Arte Actual

Conocido como convento de San José o Ex Templo de Santa Teresa la Antigua –ubicado en la calle de Licenciado Primo de Verdad no. 8, entre Palacio Nacional y Templo Mayor en el Centro Histórico de la Ciudad de México- para la mayoría de las personas, este recinto fue llamado en su época convento de San José de Carmelitas Descalzas. La fundación de este lugar se debió en su mayoría al fervor religioso de dos monjas de Jesús María: Inés de la Cruz y Mariana de la Encarnación. Ambas monjas fueron muy entregadas a la oración mental y a la penitencia. También, las dos anhelaban reglas religiosas mucho más severas que aquellas establecidas por las monjas concepcionistas. Además de esto, ambas religiosas buscaban un lugar aparte de los conventos grandes, poblados de muchas monjas servidas de criadas; un lugar donde imperara la quietud y el silencio de la recolección.

Teniendo esto en mente, Inés de la Cruz y Mariana de la Encarnación se dieron a la lectura de las obras de Santa Teresa y se encendió en ellas el deseo de fundar un convento de carmelitas descalzas, donde pudiesen dar desahogo a sus inclinaciones. Sin embargo, la falta de medios para conseguirlo las detenía totalmente.


Como era costumbre en aquellos tiempos, la voluntad decidida de las dos monjas las hizo saber de un caballero adinerado que vivía en la Ciudad de México llamado Luis de Ribera, quien deseaba fundar en México un convento de monjas carmelitas, y había solicitado que viniese de España una fundación; y si esto no era posible, un Breve Pontificio para fundarlo aquí con las señoritas que quisiesen.

Por medio de Fray Pedro de San Hilarión, las monjas solicitaron la amistad de Luis de Ribera. Y no pudieron haber establecido mejor vínculo, pues Fray Pedro gozaba con el fervor religioso y el deseo de propaganda, además de haber venido de fundador de su orden a México y haber sido 27 años continuos Prelado en diversas fundaciones, por lo cual no le era desconocido el camino a emprender. Al fin, Luis de Ribera pudo entrevistarse con las religiosas y éstas aprovecharon la ocasión para pedirle que las ayudara y exigirle que jurara una promesa, y él la concedió. La promesa era la de tenerlas como sus fundadoras, pero recelando al mismo tiempo que por su edad avanzada y poca salud no pudiera ser capaz de cumplirles su deseo. Con esto en mente, las monjas se adelantaron hasta pedirle que en su testamento las nombrase fundadoras y les dejase en herencia el convento. Luis de Ribera aceptó tales requerimientos pero postergó los trámites necesarios. Al morir, en su testamento hecho con anterioridad , se nombraba como su albacea al Arzobispo de México, el cual tenía todas las facultades para llevar adelante la fundación. La muerte del arzobispo trajo a otro sucesor, y éste al igual que el pasado, postergó cualquier comienzo de las obras de las monjas, poniendo como pretexto que lo comenzaría hasta verse Virrey. A pesar de las súplicas y de la insistencia de las religiosas, la promesa que algún día hiciera Luis de Ribera no se vio consumada. La muerte de este último arzobispo convertido en virrey al poco tiempo, trajo a un nuevo personaje a su puesto y con él a Doña María de Riedrer, su esposa. Esta señora tenía particular afecto por las monjas carmelitas pues vivió con ellas tres meses en España, así que cuando supo que no las había en México, se extrañó y procuró que se llevase acabo la proyectada y postergada fundación.

Fue así, que las casas de Luis de Ribera situadas al costado del Palacio Arzobispal fueron tomadas. Tales hogares se encontraban divididos en viviendas ocupadas por diversas familias, las cuales fueron desalojadas. Inmediatamente puso el Arzobispo en conocimiento del Virrey el haber tomado posesión de las casas y la resolución de comenzar la obra al día siguiente. Sin embargo, el Virrey comenzó una estricta prohibición de que se fundasen conventos sin que hubiese antes un fondo bastante para su manutención, así que mando a detener la obra que se proyectaba por no contarse para ella sino con limosnas contingentes.





Por otra parte, mientras este pleito tenía lugar, uno nuevo atacaba a las monjas: sus similares, las monjas carmelitas descalzas del convento de Puebla, fundado pocos años antes, juzgaron inconveniente que no fuesen ellas las que fundaran este nuevo convento de su orden. A pesar de esta nueva amenaza, Inés de la Cruz y Mariana de la Encarnación se limitaron a no reconocer la queja de las otras. Tal actitud inquietó a las de Puebla y para cuando el convento concluyó sus obras, insistieron en que se les entregase, exponiendo su solicitud en una carta de más de veinte hojas.

La obra finalmente pudo comenzar y no escaseaban las limosnas y se proseguía con empeño. El Virrey se rehusaba a consentir la fundación del convento y exigía para ello una gran cantidad de dinero. Las monjas no se desalentaron por tal exigencia y trataron de conseguir el dinero con el hermano de una de ellas. La encuesta fue dura, pues no lograron reunir la cantidad requerida, pero en lugar de aquello lograron una limosna bastante generosa y regalos para la iglesia.

La obra continuó con rapidez, y al cabo de ocho meses se pensó en recibir a las monjas en el claustro, aunque con bastante incomodidad, pues aunque había algunas celdas, no eran habitables. Aun así, las dos fundadoras, con sus novicias, durmieron algunos meses junto al coro bajo. El templo y el monasterio, fueron construidos gradualmente desde los primeros años del siglo XVII y se señaló el día primero de Marzo de 1616 para abrir las puertas del convento de Santa Teresa. Sin embargo, dada la rapidez de las obras y las ansias por habitarlo el lugar no ofrecía comodidad a las monjas, ni prometía larga duración. Fue solamente hasta mediados del siglo XVII que el capitán D. Esteban de Molina puso manos a la obra, y básicamente el medio monetario, para reedificar la habitación de las religiosas teresas, y para construir un nuevo templo que, concluido, se dedicó el día 11 de septiembre del año 1784 a su reinauguración. De 1678 a 1684 cobró la fisonomía barroca que conserva hasta nuestros días, y en el que prevalece un diseño austero acorde con la filosofía de la orden de religiosas de las Carmelitas Descalzas que lo habitaron.



En el siglo XIX, la devoción y aprecio por la imagen del Cristo de Ixmiquilpan o Señor de Santa Teresa llevó a que en la iglesia del nuevo convento se venerara una imagen de este Cristo Crucificado. Esta imagen era venerada en la feligresía del Cardonal, de donde vino el llamarlo como el Señor del Cardonal. A principios, la figura fue trasladada a México. Cuando llegó a la Ciudad, después de un tiempo fue colocada en el convento de Santa Teresa pero no había ni altar ni lugar para ponerla, así que se decidió ponerla en una capillita al lado de la Epístola del altar mayor. No conformes con el lugar en donde se había dispuesto la imagen, las obras de una nueva capilla exterior al cuerpo de la iglesia vieja, comenzaron. Después de estas primeras construcciones, la iglesia de las carmelitas descalzas se vio intervenida varias veces para lograr lo que hasta hoy se puede observar. Y en un espacio de seis años quedó concluida, y a la santa imagen se le designó un lugar en el altar mayor, durando ahí más de cien años.

Tiempo después se pensó en otorgarle nuevamente un lugar mejor a la imagen y se mandó a erigir una nueva capilla y altar. Al final se optó por una cúpula que cubriría el altar donde estaba colocada la imagen. La construcción de esta capilla es considerada hoy en día única por la solución arquitectónica de su cúpula de doble tambor; las pilastras o columnas descansan sobre bases y los entablamentos y áticos de coronamiento están correctamente utilizados en proporciones monumentales.

El predominio de la línea horizontal sostenidas sin interrupción, hacen fría y académica esta construcción. Se puede observar un orden dórico, con un friso decorado con triglifos y metopas, ornamentadas a su vez con rosetones de un carácter sui generis, la cual fuera dada por el arquitecto Antonio Velázquez de González. Sin embargo, don Manuel Tolsá se llevó el crédito de esta construcción por ser considerado como uno de los arquitectos de la época más carismáticos y populares. Don Rafael Jimeno, director de la Academia de San Carlos, fue el encargado de la creación de los adornos interiores, en escultura y pintura. Esta capilla es única en su estilo pues la primera capilla que tiene mucho más importancia que la nave principal.



Una vez la imagen en su nuevo altar, se fundó una congregación de hombres y mujeres, cuyo objeto era que en ninguna hora del día faltase la adoración a la imagen, de media hora en media hora había un cambio en las personas que velaban. El convento exigía que el templo estuviese construido en tal forma que, gozando de libe acceso por parte del pueblo, pudiese servir a las monjas sin que éstas fuesen molestadas en su recogimiento. Por ello se edificó el templo de una sola nave, que ocupa menos espacio y cuyo eje principal se traza paralelo a la vía pública, permitiendo el acceso a los fieles por sus dos magníficas portadas gemelas. En estas encontramos por primera vez, columnas salomónicas en los dos cuerpo de la fachada, que además son tritóstilas, ya que el tercio inferior de las mismas se encuentra ornamentado de manera distinta al resto del fuste.

Las monjas podían presenciar los oficios desde los coros bajo –actualmente el vestíbulo 1- y alto, los cuales se encontraban separados de la nave principal por rejas decoradas con puas y cubiertas, además, de cortinas, que impedían observar hacia el interior de los mismos. Las rejas fueron arrancadas, un muro tapó los arcos y el piso de azulejos del coro bajo fue removido.

La obra duró 15 años, iniciando en febrero de 1798 y concluyendo en mayo de 1813.
A causa del terremoto del 7 de abril de 1845, la cúpula y gran parte del ábside se derrumbaron, perdiéndose por ello algunas magnificas pinturas de Jimeno. Bajo la dirección del eminente arquitecto don Lorenzo de la Hidalga, la cúpula fue reparada y redecorada en el interior por el renombrado pintor Juan Cordero.



Debido de la aplicación de las Leyes de Reforma en todo el país, el Convento fue cerrado para utilizar sus espacios en el nuevo proyecto de Nación y dar así cabida a la primera Escuela Normal, la Escuela de Odontología y la de Iniciación Universitaria. La exclaustración de las monjas en 1861,debido, a la intervención francesa y el decreto del 26 de febrero de 1863, demostró que había veintidós mujeres en el convento de Santa Teresa la Antigua. Tenía veintiséis fincas cuyo valor ascendía a doscientos veintiún mil pesos que redituaban anualmente a catorce mil y los capitales activos les producían otros mil cuatrocientos. La iglesia quedo clausurada al culto en 1930 y, desde entonces, varios han sido los usos y remodelaciones que ha sufrido el inmueble. Entre sus funciones ha estado la de cuartel militar, Escuela Normal de maestros, Facultad de Odontología y Rectoría de la UNAM y la Universidad de Vasconcelos. Fue utilizado para talleres, bodegas, sala de conciertos. También fue destinado para talleres de imprenta del Diario Oficial, órgano del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos y para el Archivo de la Secretaría de Hacienda. En 1978, Santa Teresa la Antigua es restaurada por la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (SAHOP), ya que se encontraba en condiciones lamentables.




A partir de 1993 hasta la fecha, alberga el proyecto de cultura del Instituto Nacional de Bellas Artes denominado Ex Teresa Arte Actual. Para este fin, el extemplo ha sido objeto de una amplia readecuación a cargo del arquitecto Luis Vicente Flores, que combina la soberbia arquitectura colonial con la contemporánea, creando un contraste que reafirma la belleza de ambas y otorga al espacio una nueva funcionalidad. Además se considera como un edificio reversible, es decir, en algún momento se podría quitar. Es una estructura que no le causa peso al edificio antiguo, no está recargada sobre el inmueble original sino que tiene su propia estructura.

Con la creación de Ex Teresa Arte Actual se abre un espacio para enlazar las propuestas de los artistas con el público y se abre también un foro donde estos creadores encuentran un espacio para el fortalecimiento de un diálogo y para el intercambio de ideas, de propuesta y de manifestaciones que dejan ver la condición del arte contemporáneo. Un diálogo que se extiende con la permanente participación de artistas internacionales que presenten su trabajo individualmente, en muestras colectivas o a través de la impartición de cursos y talleres. Como espacio para el arte contemporáneo Ex Teresa Arte Actual tiene entre sus objetivos principales el ser un espacio para el fortalecimiento de dichas prácticas, y la búsqueda permanente de un debate que construya la plataforma conceptual donde el público pueda acceder a los nuevos lenguajes visuales y a reconocer los principales elementos que lo definen. Del mismo modo, es un espacio donde el análisis y el trabajo colectivo entre creadores permite acercar posiciones e ideas que generalmente se encuentran aisladas o en un diálogo a distancia. A través de diferentes actividades y espacios, Ex Teresa Arte Actual ofrece a lo largo del año exposiciones individuales y colectivas cuyo objetivo principal es el de mostrar las diversas manifestaciones del arte contemporáneo: arte, música, diseño, moda, arquitectura, ya sea en sus instalaciones o vinculando proyectos que se realizan extramuros.